viernes, 27 de enero de 2012
AGUIRRE Y LA VIGENCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
martes, 24 de enero de 2012
EL VALOR DE UNA REIVINDICACION SOCIAL
El miércoles 18 del presente se conmemoró el XXXVIII aniversario de la huelga general en los campos del Valle de Culiacán y el XVI Aniversario luctuoso de Joel Ramírez Montes. Comparto con ustedes mi intervención en ese evento.
Estamos hechos de historias y de tiempo. Por ello es importante saber que en el tiempo hay historias que van hilvanando nuestro destino. Y que esos hechos corren a la par de los afanes y desvelos de la sociedad y son ancla de sueños de cambio social.
¿Por qué una huelga general en los campos del Valle de Culiacán el 16 de enero de 1974? Echemos una mirada a la situación que vivían nuestros campesinos y jornaleros en aquellos años. De acuerdo al censo de población de 1970, 56 familias concentraban 78,415 hectáreas, eran las más productivas del estado. Esas familias detentaron el poder en el campo sinaloense.
Muchos campesinos teniendo tierra no la podían trabajar por falta de créditos y se vieron obligados a rentar sus parcelas. La Secretaría de Recursos Hidráulicos documentó en 1968 que un 33% de las pequeñas propiedades en los distritos de riego de la Presa Sanalona no eran trabajadas por sus dueños y que el 90% de las tierras ejidales en la Presa López Mateos estaban rentadas a terceros.
Ese era un abierto proceso de proletarización y de empobrecimiento de los campesinos sinaloenses. Miguel Valdez Quintero, dirigente campesino en la época declaró preocupado que el acaparamiento y renta de parcelas alcanzaba las 40 mil hectáreas en el valle de Culiacán.
En la zona de los Altos, donde no existía el riego ni crédito oficial, 346 habilitadores o agiotistas imponían intereses del 50 hasta el 100% a 22 mil 652 pequeños propietarios y a 25 mil 372 ejidatarios y otros 20 mil 555 campesinos sin tierra que viven del trabajo en ella.
Para 1970 la población trabajadora en el campo era de 177 mil 691 personas; de ellas 99 mil 598 son obreros y empleados en fincas privadas, casi el 60%. Agreguemos que unos 127 mil jornaleros venían de los estados del sur del país a trabajar en la temporada de hortalizas.
El mismo gobierno de Sinaloa reconoció que en el año de 1970 más del 30% de la población no comía con frecuencia pan de trigo; que más del 29% no comía carne, leche, huevos y pescado; que más del 57% vivía en casas con piso de tierra; que el 45% vivía en casas de un solo cuarto; que casi el 49% no tenía agua entubada y que el 14% era analfabeta.
El círculo que analizamos cierra su primera vuelta si consideramos que los trabajos en el campo, sobre todo en los campos hortícolas, son trabajos calificados por la OIT como indecentes, porque no se garantizan los derechos de los trabajadores, porque no hay extensión de la protección social en ingresos adecuados, en la integridad familiar y en la seguridad social, ni hay diálogo social que permita la formación de organizaciones sólidas e independientes de los trabajadores y el trato civilizado de los problemas planteados.
Todo lo anterior, sumado a las condiciones de pobreza y desigualdad social en las ciudades y a los reclamos democráticos de los jóvenes estudiantes en 1968 y 1971, reprimidos violentamente, llevó a una situación de sensibilidad social especial en el corazón de la agricultura moderna de Sinaloa.
Desigualdad social y explotación de una mano de obra cuyos ingresos no eran superiores a los 52 pesos diarios y una inflación que ya era de 62% en cuatro años; frecuentes accidentes de trabajo sin costo para el patrón, la afiliación al seguro social no estaba en el horizonte cercano y el confinamiento de los jornaleros agrícolas en inmundas barracas bajo vigilancia armada, al viejo estilo porfirista era la realidad viviente.
No fue casual la convocatoria de aquellos jóvenes de la Liga Comunista 23 de Septiembre a la huelga general de obreros agrícolas. No fue mera coincidencia la aceptación inmediata de los jornaleros. Decenas de miles de trabajadores de los campos hortícolas paralizaron sus labores reclamando mejores condiciones de trabajo.
Violencia había en las condiciones de trabajo y violenta fue la respuesta al reclamo. Todos lamentamos el saldo de ocho vidas que se perdieron en la jornada: cuatro activistas y cuatro policías.
Asalto al Cielo le llamaron los activistas del 16 de enero a su jornada de lucha, en recuerdo a la toma de París por sus trabajadores en la primavera de 1871. Y ese hecho histórico tiene al menos dos méritos que no podemos negar a la distancia de 38 años: enseñó que los derechos sociales sólo se conservan y amplían luchando por ellos y que los productores y el Estado empezaron a reconocer derechos a esa parte de los trabajadores sinaloenses y migrantes a partir de aquella fecha.
Hay grandes deudas por pagar a nuestros proletarios del campo. Con la libertad con que hoy podemos plantear este reconocimiento a la lucha de los jóvenes guerrilleros y de los jornaleros agrícolas de 1974, con esa libertad y nueva determinación también reconozcamos que ese ejemplo de lucha, tiene que permanecer en la memoria colectiva.
Estamos hechos de historias y de tiempo y la memoria es el basalto en que descansa la conciencia de una sociedad que defiende sus derechos. No podemos olvidar nuestra historia ni a sus héroes. No podemos olvidar el 16 de enero y a sus protagonistas. Olvidarlos –dice Carlos Fuentes-, es condenarnos al olvido nosotros mismos. La justicia que ellos reciban será inseparable de la que nos rija a nosotros mismos.”
Muchas gracias.
viernes, 13 de enero de 2012
DESATINOS Y CONMEMORACIONES
viernes, 6 de enero de 2012
PA’ QUE LA CARRETA LLEGUE…
La Montaña
Óscar Loza Ochoa
Roberto Sosa
En opinión de analistas y muchos ciudadanos no hay rumbo en la conducción del estado de Sinaloa. Es cierto que las herencias gubernamentales negativas pesan y que las cosas en materia de economía no se han dado de la mejor manera, sobre todo en la agricultura. Pero la grandeza de un gobierno se construye resolviendo los grandes problemas en tiempos de vacas flacas, no en los de bonanza.
Malgastado el primer año de gobierno, aún hay tiempo de enderezar el barco. El primer paso que debe dar el gobierno del estado es identificar los problemas centrales de la entidad y definir la actitud a tomar frente a ellos y a los grupos económicos, políticos y sociales que mantienen relación directa o indirecta en ellos.
Muchos dirán que no se requiere de gran esfuerzo intelectual para dar con los problemas centrales, pero por el comportamiento gubernamental de los meses anteriores la realidad exige un ejercicio mínimo en este campo. La desigualdad social (agravada por las heladas y la sequía en el campo, por el creciente desempleo y políticas fiscales inadecuadas) y la seguridad son los temas centrales. Y anoto en primer lugar la desigualdad social porque en ese orden debe aparecer, toda vez que la pobreza que es su expresión más prístina es el mal mayor que padecemos. Todos los esfuerzos oficiales se han encaminado a destacar el fenómeno del crimen y la violencia, justificando crecientes presupuestos sin que los resultados se correspondan.
Al identificar los problemas centrales debe tomarse nota de los problemas económicos, políticos y sociales que van de la mano con ellos. Si hablamos de la desigualdad social, la situación ruinosa de gran parte del campo, el desempleo en la ciudad y en los campos pesqueros deben destacarse. Pero tratar los problemas principales exige dejar de lado los desatinos y las actitudes equivocadas del año anterior que sólo exhibieron falta de oficio político y resultados contrarios a los buscados.
Anoto tres ejemplos que deben eliminarse si se quiere que el estado de Sinaloa se encamine hacia una meta donde sus problemas centrales reciban el trato adecuado y la solución toque el bienestar de todos. Primero, no se actuó con oportunidad en el problema de las heladas de febrero y los damnificados tuvieron que recurrir a la presión social para negociar apoyos, que a final de cuentas dejaron en el más completo abandono alrededor de 122 mil hectáreas; segundo, se promovió al menos una amplia reunión para la promoción del empleo, dejando a los representantes de las dos grandes firmas empleadoras de Sinaloa en las últimas butacas del auditorio; y, tercero, no hay convocatoria a todas las instituciones educativas (de todos los niveles, privadas y públicas), a todos los organismos del sector privado y a las asociaciones civiles más diversas, para tratar los problemas centrales del estado.
Lo que debe quedarle claro a quien o quienes gobiernan en Sinaloa, es que el gobierno no tiene la capacidad para resolver por su cuenta los grandes problemas del estado, pero sí crea las condiciones sociales sí puede tener una convocatoria efectiva para enfrentarlos con amplias posibilidades de victoria. Como decían nuestros mayores la carreta camina si la empujamos todos, pero si el empuje es disparejo sólo dará vueltas en el mismo sitio.
Es claro que para crear esas condiciones sociales hay que despojarse de intereses de grupo y hay que aceptar la crítica y las propuestas que desde la sociedad o la oposición se den, pues sin el imprescindible ejercicio de la democracia, no se avanzará un paso en firme.
Este año es año electoral y quizá las condiciones de una coyuntura como esta no lleve a los partidos y fuerzas políticas a la atención de compromisos en torno a tareas comunes, pero no es imposible. Si el planteamiento de los problemas y la convocatoria a conjuntar esfuerzos son planteados adecuadamente, puede haber buena respuesta. Hasta hoy no se han presentado ni convocatoria ni acciones que inviten a marchar por esa senda.
Si esto no se da durante el presente año, no sólo habremos perdido otra oportunidad, quizá se cierre el ciclo de las posibilidades de este sexenio y empecemos a vegetar políticamente. No parece agradable el que nos resignemos a la inacción o a padecer los horrores que vengan, pero si no hay convocatoria por parte de Malova, ¿habrá alguna fuerza emergente que lo haga?
Esperemos que sí suceda lo primero o en el peor de los casos lo segundo. Que no seamos meros espectadores en un escenario que nos obliga a decir algo. Y pa’ que la carreta llegue…Que hablemos y actuemos como lo dice Antonio Casares: Cuando hay indignidad, nos indignamos,/ si se resignan, no nos resignamos,/ si nos hacen caer, nos levantamos. Vale.