jueves, 14 de julio de 2011

POBREZA, ALIMENTOS Y SEGURIDAD

La Montaña / Oscar Loza Ochoa

Las cosas han marchado tan mal para el país que amenazan con nublar vista y entendederas. Mal ha caminado la economía (no los números de las transnacionales y de los beneficiarios de la presente situación), el desempleo alcanza niveles sin precedentes, las aulas se cierran para más jóvenes de los que se reconoce oficialmente y los alimentos se encarecen este 2011 tan alarmantemente como en 2009.

Ciertamente la violencia ha impuesto sus fueros (sin fronteras) pero siendo referente del hoy, no es punto de partida ni tiene que ser destino. Quiero ser claro: hasta hace poco tiempo no cabía duda alguna sobre la prioridad de los problemas de pobreza del país, sólo el Estado insistía en que la atención a la violencia debía ocupar sus principales esfuerzos. Y lo ha hecho de tal manera, que lejos de disminuir los saldos lamentables, le ha impreso nuevos impulsos.

Ahora la violencia alcanza a vecinos, amigos y familia, no hay que negarlo; pero alguien se atreverá a negar que la pobreza y la desigualdad social han penetrado con toda la violencia que les es posible a un número creciente de hogares mexicanos. Algunos datos para ilustrarlo: el número de personas que no podrán comprar alimentos este año se incrementará de 23 a 25.5 millones, de acuerdo a una investigación del Tec de Monterrey; el Banco Mundial reconoció el año pasado que entre 2006 y 2008, el número de pobres aumentó en 5.9 millones y que el 2009 condenó a otros 4.2 millones a esa malhadada pobreza. Y una de sus innegables consecuencias son los 7.5 millones de jóvenes que no encuentran ni empleo ni espacio en las aulas. Los ninis, pues.

A pesar de los avances alarmantes de la pobreza y la exclusión que impone a crecientes estratos sociales, haciendo énfasis en que son causa y referente obligados en el tema de la violencia, en la opinión oficial sólo se impone el punto de vista desde el problema de la seguridad (la concepción restringida del Estado). Y ante ello, no pocos ciudadanos hemos estado a punto de limitar nuestra visión a la que pretende imponer la autoridad.

Pero basta con observar el comportamiento del precio de los alimentos, que este 2011 nos vuelven a dar un gran susto. En la página del Banco Mundial aparecen estas preguntas:

¿Son resultado de la especulación en los mercados de los productos básicos? ¿O es culpa de la explosiva demanda de cereales para forrajes en Asia? ¿Se debe acaso al uso de la tierra para cultivos de biocombustibles en vez de cultivos comestibles? La respuesta es que todas son razones válidas.

El Estado ha perdido la brújula y se ha olvidado de la visión planteada el 2006 sobre los problemas que exigían el esfuerzo principal. Hoy tenemos que atención y recursos dedicados a disminuir violencia y tráfico de drogas no llevaron al fin perseguido. Son un fracaso. La sociedad y los grupos organizados deben replantear las prioridades y los compromisos contraídos con la sociedad.

El triste resultado de la gestión del sexenio de Felipe Calderón es promover una guerra para disminuir la violencia, llevándonos por un tobogán que engulle ya más de 41 500 vidas y nuestros impuestos. A la vera del camino y de los beneficios del desarrollo se han quedado los pobres, sobre todo los llamados pobres extremos, los que no tienen alimentos ni pueden adquirirlos.

Ignacio Ramírez, el gran liberal del siglo XIX, tuvo la hombría de preguntarse y preguntarle al país: ¿qué hacemos con los pobres? Es tiempo de poner las prioridades en el orden que les corresponde. Es tiempo de preguntarnos y de emplazar al Estado ¿Qué hacemos con los pobres? Vale.

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