miércoles, 20 de julio de 2011

TURISMO Y MIGRACION MEXICANA


La Montaña /
Oscar Loza Ochoa

¡Oh libertad,
tu nombre en mi país
se dice hambre!
Juan Bañuelos

Bienvenidos a los Estados Unidos, es el reiterado aviso en todos los puertos fronterizos. Nada más ajeno al trato que reciben los turistas mexicanos al momento de entrar al país vecino. Todos los que hemos viajado por vía terrestre tenemos experiencias similares que nos permiten opinar sobre el asunto.

En el primer momento hay que formar una interminable fila para llegar hasta la garita internacional donde está un vista. Él es el primer filtro y decide si el viajero pasa a las oficinas administrativas a solicitar un permiso temporal. El tiempo invertido puede ir desde los 40 minutos hasta las dos horas. Luego hay que formarse en otra maratónica cola que llevará no menos de una hora para ser “atendido” por personal de inmigración, que no hace mucho esfuerzo por comunicarse en un español claro y preciso. Eso sí, se puede disponer del pasaporte, de la visa, de comprobantes de trabajo e ingresos y le seguirán pidiendo documentos que comprueben residencia y otras lindezas más.

No faltará quien justifique de mil maneras el tiempo que lleva hacer estos trámites y hasta el desgano con que se atiende a los solicitantes del permiso temporal, pero quisiera verlos buscando alguna explicación a que sólo dispongan de un baño para miles de usuarios con la agravante que está descompuesto desde hace muchos días. Personas con incontinencia o niños que requieren de los servicios sanitarios durante la larga y obligada estadía pasan las de Caín ¿o las de Abel? junto con sus familias. No necesito detallar aquí las peripecias de las madres en ese trance.

Como el mundo es muy pequeño, no faltaron paisanos que al identificarme me presentaban quejas sobre los problemas descritos y pedían que la misma fuera extendida a nuestra negligente y desentendida Secretaría de Relaciones Exteriores, para que les dijera de paso lo poco que les importa la situación que pasan nuestros turistas en la frontera norte.

Estoy de acuerdo en hacer llegar una queja, sólo que la realidad impone prioridades. Es cierto que lo descrito merece el llamado de atención, pero si así nos va a los privilegiados que para visitar la familia “hacemos turismo”, cómo les irá a nuestros migrantes indocumentados que para mantener a los suyos dejan tierra y querencias, arriesgando integridad física y moral. Para muestra un doloroso botón: una cifra creciente de paisanos que al cruzar la frontera mueren o desaparecen sin que haya mayores consecuencias a pesar del escándalo o público involucramiento de civiles norteamericanos o agentes de inmigración.

Es tiempo de que el gobierno mexicano y el Congreso de la Unión se ocupen de las trampas (mortales en no pocos casos) que significan el muro (la cortina) de hierro y la fosa, en mil kilómetros de frontera. En esas áreas de la infamia han fallecido no pocos connacionales. Hasta la televisión de Arizona, horrorizada porque el Sheriff Joe Arpaio mantiene a los detenidos indocumentados en carpas de lona bajo temperaturas de 43°C, lo ha cuestionado en los últimos días. ¿Qué dicen nuestras autoridades?

Sí quiero hacer llegar una queja, pero que no sea la voz en el desierto ni el rayo en cielo sereno, sino la voz de todos los mexicanos que reclaman respeto a los derechos humanos de los trabajadores migrantes. Al menos debemos exigir que junto a tanto acuerdo bilateral con Estados Unidos, cuya mayoría sólo satisface las exigencias de los vecinos, al menos haya un tratado binacional sobre migración, donde los derechos humanos asomen no sólo la nariz, sino todo el cuerpo.

Lo necesita aquella nación en medio del berenjenal económico en que se encuentra. Le urge a nuestro país para procurar la certidumbre de millones de familia y la gobernanza de la patria. Vale.

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