martes, 20 de septiembre de 2011

EL IMPRESCINDIBLE GÜERO ZAVALA

La Montaña / Oscar Loza Ochoa

Terribles, largos días, breves años, sin casa nunca, sin descanso.

Jaime Sabines

Por mi cabeza nunca pasó la idea de que el Güero Zavala moriría. Tan acostumbrado estaba a su presencia, a su interminable ir y venir por oficinas y a ese anguloso rostro que el tiempo no agregó ni canas porque ya las traía de nacimiento, que la visita de la muerte estaba fuera de cualquier cálculo.

José Zavala fue cal y canto en los aciagos días de creación de la Central Independiente de Obreros y Campesinos de Sinaloa. Aún quedaban rescoldos del ensayo de rebelión que cimbraron los campos hortícolas del estado en 1974 y Zavala empujó las inquietudes de jornaleros y campesinos hacia la organización. La CIOACS fue agua fresca en garganta de indocumentado cruzando el desierto de Arizona. La huelga y la represión fueron las divisas en aquellas agitadas horas.

La historia del Güero no empezó con esa lucha. Siendo un mozo sintió que las cañadas de La Galancita y El Gachupín eran muy estrechas para vivir la libertad a la que aspiraba. En las oleadas de vecinos que bajaban desde la sierra de Durango para vender el producto de sus esfuerzos en Culiacán, se colaba Zavala. Eran los años cincuenta y la política de austeridad de Ruiz Cortinez calaba demasiado entre los pobres.

En las largas noches de arriero frente a la fogata, el Güero escuchaba las historias de hombres que habían salido de la miseria vendiendo su alma al Diablo. Zavala indagó sobre el perfil de Satanás y los trámites que había que hacer para el caso. Le dijeron que el color rojo lo identificaba. Dejó cualquier acercamiento para después, a pesar de que la pobreza le espueleaba las costillas.

Una mañana mientras vendía huevos y gallinas en una casa de la ciudad, vio en la mesa de centro un libro de pastas coloradas y enmarcando el rostro de un hombre calvo y con barba. ¡El Diablo! – dijo Zavala-. Y creyendo que a partir de ese libro encontraría la mejor forma de acercarse al Chamuco, solicitó información para hacerse de un ejemplar. Le dieron el domicilio de la embajada de la Unión Soviética. Después sabría que aquél personaje era Lenin y Zavala se hizo socialista.

La lucha social iría pegada a su corazón y a su piel a partir de esos momentos. Poco después formaba parte del grupo de solicitantes de tierra de lo que hoy es el ejido Sánchez Celis. Triunfaron años después, pero no faltó interesado en impedir que se le asignara una parcela al Güero. No se amilanó. Supo que el presidente López Mateos inauguraría la plazuela que está en La Lomita por la avenida Obregón y sabiendo que no sería fácil pasar la valla de seguridad se envolvió en la bandera nacional, rompió en dos el muro de soldados y pudo llegar hasta el presidente de la República. Y este le resolvió el problema.

A finales de los años setenta vino la reforma política y Zavala fue uno de los más entusiastas brigadistas. Y con el tiempo sería un distinguido candidato, en fórmula con el maestro Javier Castro Graciano. El Güero llevó después sus inquietudes a Radio Universidad, desde allí pudimos seguir sus críticas y propuestas para resolver los principales problemas que agobian a México y al mundo.

Admirablemente un hombre de lecturas. Sus rosados ojos miopes de albino no impidieron que fuera un gran lector de libros, revistas y periódicos. Sus opiniones tenían como respaldo sus lecturas y sus escuchas en la radio de onda corta. Un hombre conocedor de su tiempo, con la meritoria sabiduría del autodidacta venido de un apartado rincón de la sierra.

Hace apenas unos días se asomó por las oficinas de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos, andaba en busca de apoyo financiero para un proyecto de producción de un sustituto de azúcar. Socio técnico científico no le faltaba: el galardonado doctor José Villapudúa era su compañero.

Muchos proyectos interesantes e inquietudes se van con el Güero Zavala. Queden con nosotros sus memorables anécdotas y los buenos recuerdos. Nació en un premonitorio 10 de junio en 1935, en los días en que surgió el Frente nacional de defensa proletaria como expresión de la fuerza obrera del cardenismo y se va en medio de la incertidumbre que nos deja el temblor que sacudió a Culiacán el día 5 de este mes y que tuvo como epicentro a su amada Galancita.

Quería terminar con la frase descanse en paz, pero no interpretaría bien el pensamiento del Güero Zavala. Él vivió la vida a lo Jaime Sabines y quizá nos diga en un cariñoso adiós: No quiero paz,/ no hay paz,/ quiero mi soledad. Vale.

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